DESCUBRIENDO Un camino de letras: Relato: MUCHACHICA (parte II), por Noel Rodriguez

domingo, 11 de noviembre de 2012

Relato: MUCHACHICA (parte II), por Noel Rodriguez

Pero como decía la canción, «la fuerza del destino nos hizo repetir». Llamé a Muchachica por la tarde y quedé con ella. Quería probar a vernos en otro ambiente, ella y yo solos. Vestidos, para variar. Como un simple juego anticipatorio de todo lo demás. Ella aceptó enseguida. Y parecía contenta. Teníamos una cita. Con el corazón henchido, llamé por enésima vez al Maikel, que llevaba toda la mañana esquivando mis llamadas.

Perdona, tío me dijo. Es que ayer, cuando te fuiste, también conseguí triunfar, y esta mañana estaba muerto.
¡Eres un Don Juan, Maikel!
¡Sí, ya, mira quién fue a hablar! ¡El patito feo! Bueno, va, desembucha. ¿Qué tal la Muchachica? Vaya polvazos echa, ¿eh?
¡Buah, tío! ¡Una fuera de serie! El polvo de mi vida. Y aun así 


Aun así, ¿qué? ¡Tío, que montárselo con la tipa esta es lo más de lo más! Yo creo que con ella alcancé el cenit de mi carrera sexual. A partir de ella, sé que todo va a ser cuesta abajo.
¿Ves? A eso me refiero. Estuvo genial, la tía se lo monta de puta madre, por no decir que me parece súper agradable, simpática, y que está buena que te cagas, pero a ver, quizá sí fue el mejor polvo que he echado nunca, pero vamos, que el siguiente polvo tampoco queda muy atrás en el ranking, y aspiro a echarlos mejores todavía
Uy, uy, uyEspera un momento dijo el Maikel, oliéndose algo raro ¿Llegaste a averiguar el porqué de su mote? ¿Sabes ya por qué la llaman Muchachica?
Pues no, la verdad. Imagino que será mañica o algo. Aunque a decir verdad, no tiene acento aragonés. Por lo que sé, podría venir de Alicante, de Badajoz, de Valladolid
No tío, que eso si lo sé. La tía es de Sabadell de toda la vida.
Ah, pues entonces igual es algo relacionado con el que le puso el mote, no sé
Ay, tío, qué pena que no llegaras a averiguarlo. Creo que con la Muchachica te has quedado a medias.
Bueno, eso puede arreglarseHemos quedado esta tarde. Vamos a tomar algo, después igual vemos una peli, y despuéslo que surja.
¿Cómo? ¿Has quedado otra vez con ella?
Pues sí. Y no me ha costado, la verdad. Al despedirnos esta mañana, ha dicho que quería volver a verme. Y parecía sincera. Anoche nos lo pasamos muy bien. De hecho quería haberla llamado después de darte el parte, pero como no te
¡Hey, hey, hey…! ¡Un momento! me interrumpió ¿No estarás pensando empezar algo serio con la Muchachica esta, no?
¡No, no, qué dices! respondí de inmediato, aunque mientras lo hacía, noté como me invadía una desazón incontrolable desde lo más profundo del pecho ¡Nada, hombre, no te preocupes, que no hay peligro! ¡Solo sexo! ¡Deporte! dije sin mucha convicción.
Sí, ya. ¡Ve con ojo, Enric! me avisó ¡No te conviene enamorarte de la Muchachica!

La conversación me dejó descorazonado. Descubrí que en una sola noche la Muchachica había tenido armas suficientes para atravesar más barreras que ninguna otra tía que hubiese conocido. Y aunque el Maikel evitó dar muchas explicaciones, lo cierto es que ya no podía tomar su advertencia a la ligera.

Acudí a la cita con semblante apesadumbrado, pero la verdad es que a la que estuve junto a ella, su energía, su desparpajo, su actividad y su chispeante alegría lo envolvieron todo. Ella sabía de una feria de barrio que se había instalado con sus paraditas, sus tiros al blanco, sus autos de choque, sus tómbolas y el resto de tonterías. Fuimos hacia allá. En cuestión de segundos su embrujo logró disipar mi zozobra. Mi tristeza desapareció. Y con ella, desapareció también el recuerdo de la conversación con el Maikel, que no regresaría hasta mucho después. Comencé a reír. Me lo estaba pasando bien. La Muchachica era especial.

Acabamos de nuevo en su casa, como ya hicimos la noche anterior. Solo que en esta ocasión, era bastante más pronto y yo estaba bastante más sereno. Tal y como llegamos al salón redondo, vi que había otra chica, sentada en un taburete de la cocina americana, iluminada por una única lámpara que tenía prácticamente encima. Parecía estar estudiando.
Pero lo que me dejó atónito fue su apariencia. ¡Era idéntica en todo a mi Muchachica! ¡Se parecían como dos gotas de agua! Asumí automáticamente que me hallaba ante la hermana gemela de mi Muchachica. Pero, ¡que me den con un canto si en mi vida había visto dos gemelos que se parecieran tanto! Solo podía diferenciarlas por la indumentaria: la estudiantica llevaba una ropa más cómoda, de andar por casa: camiseta de tirantes, pantalones cortosmientras que mi Muchachica iba muy sexy, vestida de noche, muy corta también, para matar. La otra llevaba unas gafitas que le daban un aire intelectual. Nos dirigió un par de miradas furibundas por encima de los cristales. Esa era otra diferencia. En todo momento dio la impresión de que en aquella sala molestábamos. Las dos chicas se dieron un breve saludo y eso fue todo. Yo, para romper el hielo, dije:

Hey, ¿qué tal? ─y dirigiéndome a mi chica, añadí— ¿y esta es?
Estela se presentó la otra, sin mirarme ¿Quién, sino?

Sin perder la sonrisa ni un momento, la Muchachica se situó detrás de su hermana y la rodeó con el brazo.

¿Qué? ¿Cómo lo llevas?
Buff rezongó.
Oye, ¿queda alguna cama disponible esta noche? preguntó entonces.
MmmPrueba en la ocho. Es esa o ninguna.
¡Muy bien, perfecto! concluyó la Muchachica─. Ya lo has oído, ¿no? Habitación ocho.
EhmSí, perdona contesté, todavía algo sorprendido, mirando alternativamente a la una y a la otra para intentar descubrir algún rasgo que las diferenciara. ¿Algún lavabo que pueda usar?
Allí hay uno respondió mi chica, señalando al otro lado de la estancia. Y en el pasillo hay dos más. De hecho, yo voy a darme una ducha. Te espero en la habitación. La ocho.
De acuerdo dije.

Nos separamos un momento y fui a atender la llamada de la fisiología humana. Al acabar, tenía que volver a pasar por la sala donde estaba la gemela de la Muchachica. Y así lo hice. La tal Estela seguía estudiando concienzudamente bajo la luz. Era tan igual a su hermana, que me dio la impresión de que era ella misma jugando a los disfraces. Y también me gustaba de intelectual. Verla así disparó otra modalidad de la fisiología: me puse muy cachondo.
Tal vez esa fuera la razón por la cual mi raciocinio optó por ignorar las señales de alarma y, dispuesto a averiguar algo más de la familia, me acerqué a Estela. Estaba decidido a arrancarle una mínima conversación.

¡Fiu! ─Silbé, mirando a mi alrededor─. Vaya casita que tenéis, ¿no? Os tienen que clavar bastante de alquiler, ¿verdad?

La hermanica me miró de nuevo por encima de las gafas. No acerté a detectar el fastidio que su rostro trataba de comunicar, de manera que continué:

Oye, a lo mejor puedes ayudarmeResulta que empecé a salir ayer mismo con tu hermana, y no logro recordar si se me presentó o no, y la verdad es que a estas alturas me da reparo preguntarle su
Oye, ¿¿te importa?? me cortó ella, con cara de malas pulgas.

Y eso fue todo. Allí sobraba. Me marché como un perro apaleado, sin decir ni una palabra más, dejándola sola, con la mirada perdida en las profundidades de sus eruditos apuntes. ¡Vaya pronto tenía la hermanica!
Total, que me interné en el pasillo de las habitaciones y busqué la puerta número ocho. Visto desde mi actual perspectiva, cuando ya ha pasado bastante tiempo de aquello, resultaba algo extraño que la Muchachica tuviera que preguntar dónde tenía que dormir, ¿no? Pero la verdad, entre el calentón que yo llevaba y el hecho de que suelo adaptarme ciegamente a la normativa de los lugares a los que voy, no acerté a planteármelo. Vi una puerta en un lateral, por debajo de que se veía luz y se oía agua circulando. Alguien tarareaba quedamente en el interior. Pensé que era la Muchachica, que se aseaba antes de meterse en la cama. Encontré la puerta ocho y entré. Fui incapaz de encontrar el interruptor de la luz, pero no importaba mucho. Entre la claridad que entraba por la ventana abierta y la tenue luz que se filtraba desde el pasillo, distinguí a una persona metida en la cama, durmiendo. Aquello me dejó perplejo. ¿Estaba ocupada la habitación? ¿Y dónde leñe se suponía que teníamos que follar la Muchachica y yo? Pero entonces me di cuenta de una cosa: ¡quien estaba en la cama, durmiendo con tranquilidad, no era otra que la Muchachica! La persona de la ducha tenía que ser otra compañera de piso. Quizá otra hermana. Entonces entré, y cerré la puerta tras de mí. Me aseguré de que, en realidad, no me hubiera equivocado. Pero no, era ella, mi Muchachica. Además, Estela había dicho que teníamos la habitación número ocho libre, ¿no? Luego, no había duda.
Me acosté junto a la Muchachica, que estaba tendida de costado. Estaba desnuda. En la semioscuridad palpé la redondez de aquel culazo perfecto que se gastaba, aunque ella no hizo nada. Después mis dedos ascendieron, acariciándole el brazo. Nada. Estaba profundamente dormida. Aprovecharse impunemente de una tía buena que duerme siempre figuró entre mis fantasías de juventud preferidas. Por supuesto, nunca me hubiera atrevido a intentarlo con alguien que no hubiese mostrado por adelantado su apetencia por mí. Pero en el caso de la Muchachica, eso no era un problema. De manera que a ello me puse. La toqueteé tanto como quise, le pasé la lengua por la espalda, le di mordisquitosEn algún punto de aquel excitante preliminar, noté como la Muchachica se iba desperezando. Con parsimonia, empezó a participar. Al fin se dio la vuelta y con avidez buscó mi boca, hasta que la encontró.
Y en eso estábamos cuando de repente, la puerta de la habitación se abrió de nuevo y vi que otra persona se había detenido en el umbral y nos observaba sin decir palabra. Reconocí su silueta, pues era igual que la de mi Muchachica: era su gemela, Estela. Intenté protestar, pero mi Muchachica me estaba besando con tanta pasión que no pude decir nada. Y ella misma pareció ignorar el hecho de que nuestra intimidad estaba siendo invadida impunemente. Entonces, Estela hizo algo de lo que, tras nuestro primer y muy desafortunado encuentro, no le hubiese creído capaz: entró en la habitación, vino hasta nosotros sin dudarlo y ante mi asombro, se apuntó al juego. La Muchachica no hizo ni el más ligero amago de intentar detenerla, de manera que ya me tienes a mi, metido en un ménage à trois con dos muchachicas: las gemelas más explosivas que he visto en mi vida. Y una por un lado y la otra por otro. Si tenía la una al frente, la otra me cubría la espalda. Si una dejaba de besarme, la otra la sustituía con presteza. Y si mi boca parecía ocupada en todo momento, ¿qué deciros de la polla? cuatro manos, dos culos, dos bocas, y dos almejas pugnaban entre sí por tenerla a su merced, en una frenética actividad de lo más estresante.

¡Qué noche, señores, qué noche! Morí. Me dejaron destrozado. Anímicamente, no. Anímicamente era feliz.

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