DESCUBRIENDO Un camino de letras: Terry&Emma

sábado, 7 de abril de 2012

Terry&Emma



Para llegar a casa de Terry tuvo que coger dos autobuses, caminar por un sendero hasta encontrarse con el sauce, girar a la derecha hasta dar con el prado de amapolas, atravesarlo y continuar hasta que el terreno se convertía en un barranco. Quien no conocía el secreto podía deleitarse con una vista panorámica de los prados y dar media vuelta, pero Emma sabía que muy cerca de allí había algo más.

Todas las tardes al salir del colegio Emma iba a la biblioteca del pueblo donde su madre trabajaba y la esperaba en una de las mesas alargadas con lámparas de pantalla verde leyendo un libro de aventuras. Los devoraba como si fueran golosinas. Había leído a Julio Verne, Dickens, Stevenson, Kipling y muchos más. Era el rato que más disfrutaba del día. Lo mejor era cuando acababa uno y se ponía a buscar el siguiente. Trepaba hasta el final de la escalera que rodaba entre las estanterías. Reseguía con la mirada los lomos y susurraba sus títulos como si de esta manera pudiera infundirles vida.

Aquel lunes de primavera continuó con su rutina. Estaba pensando en las casas que los hobbits tenían en la Comarca. Como siempre, se imaginaba dentro de la historia. Era vecina de Frodo y en lugar de Sam era ella la que le acompañaba a Mordor. Cruzó la calle todavía sumida en sus pensamientos y entró en la biblioteca. Su madre no estaba. Mientras llevaba a cabo su ritual en el último peldaño de la escalera, encontró el libro. Las ruedas de la escalera emitieron un quejido mecánico cuando alargó el brazo y sus dedos tocaron el lomo azulcobalto, al tiempo en que sus labios se unían formando cada una de esas palabras: “Terry&Emma”. No sabía por qué en ese momento estaba segura de que no era una Emma cualquiera, ese libro hablaba de ella. Lo atrajo hacia sí y levantó una humareda de polvo que la hizo estornudar. A saber cuánto tiempo hacía que estaba allí. Se preguntó si su madre lo sabría, pero no imaginaba por qué habría de ocultarle algo así.

No esperó a bajar la escalera para abrirlo y cuál fue su sorpresa cuando leyó la primera página: 

“Hola Emma, me alegro de que me hayas encontrado. Llevo esperándote desde antes de que nacieras. Te preguntarás cómo es eso posible, bien pues creo que es momento de presentarme. Soy Terry, hijo de un comerciante inglés llamado Charles y de Elisabeth, la mejor mecánica de relojes de Londres. Sé que ahora mismo las dudas hormiguean dentro de ti, pero lo comprenderás todo a su debido tiempo. Si te fijas, estás sola en la biblioteca.”

Emma levantó la mirada del libro y comprobó que era cierto. Consultó la hora del reloj de bolsillo que llevaba colgado del cuello. Eran las cinco y media, como siempre. No sólo le resultó extraño que su madre no estuviera, porque podría haber salido un momento. Lo más raro era que no hubiera nadie. Bajó las escaleras y se paseó por la estancia. Las luces estaban encendidas, tanto la de las lámparas de las mesas, como las de araña del techo, pero las mesas y pasillos estaban desiertos. Su bocadillo no estaba en el escritorio de la entrada donde siempre. Con el corazón en un puño se sentó en una de las sillas de madera y continuó leyendo.

Todo esto te parecerá espeluznante, pero es lo que ocurre al abrir tu libro. No te asustes porque no estarás sola por mucho tiempo. En la siguiente página verás un mapa que te indicará el camino hacia mi casa. Pero antes de que lo compruebes me gustaría que siguieras unas normas. Ya te habrás dado cuenta de que este no es un libro corriente y por lo tanto no puede leerse como el resto.
  1. Nunca leas la página siguiente hasta que no hayas leído detenidamente la anterior y mucho menos la última. Si lo haces, borrarás tu destino.
  2. A partir de ahora vivirás un tiempo en mi casa. Tus padres ya lo saben y me han dado su consentimiento. Por eso tu madre se ha ido hoy sin ti.
  3. Cuando me veas no me avasalles a preguntas, sé que es tentador, pero todo está escrito en tu libro, sólo hay que tener paciencia.
  4. Si en algún momento te arrepientes de haberme elegido, siento mucho decirte que no hay vuelta atrás, pues como sabes todavía nadie puede viajar en el tiempo.
  5. Si alguna vez te enfadas conmigo, no me dañes bajo ninguna circunstancia, pues ahora yo soy parte de ti, como una extensión de tu cuerpo. Creo que con esto queda claro lo que ocurriría si no siguieras esta instrucción.
Las normas del libro le quedaron grabadas en la memoria y sólo pasó a la página siguiente cuando acabó de leer la última palabra de la anterior. No sabía muy bien por qué, pero tenía la sensación de que todo esto lo conocía, de alguna manera sabía que ocurriría en algún momento. Ya no estaba asustada ni preocupada. Sentía cierta familiaridad y no sólo eso sino que además estaba ilusionada, tenía algo vivo en las manos, algo que se suponía que no debía estarlo le hablaba directamente, sabía dónde estaba y lo que pensaba. La conocía mejor que ella misma y le estaba proponiendo una aventura. Siempre había querido vivir una en primera persona y ahora sus deseos se hacían realidad. Terry lo sabía, la había convertido en protagonista de esa historia que acababa de comenzar, y ese era el regalo más bonito que nunca nadie le había hecho.

Con el prado de amapolas detrás y el precipicio a sus pies, Emma dio media vuelta y sujetándose a las raíces que habían aparecido de repente, bajó por él apoyándose en los salientes. Casi no necesitó el mapa, era como si supiera el camino desde hacía mucho mucho tiempo. Terry le había asegurado que podía dejar el libro en la biblioteca, pues cuando llegara a su casa, el mismo estaría esperándola en la sala del té. Pronto divisó el túnel que perforaba la tierra y que llevaba al jardín de Terry. Se introdujo en él y caminó hasta ver la luz blanca del otro lado. Cuando apareció allí se quedó sin aliento. Había relojes por todas partes, de todos los tamaños, formas y tipos. De pared, de bolsillo, de pulsera, de cuco. Algunos estaban arrugados, otros eran como un charco de agua, también había unos secándose en una cuerda de tender, o extendidos en una mesa como si se hubieran derretido. No sólo estaban en tierra firme, también había cientos suspendidos en el aire como farolillos japoneses. Y tras de ellos se erguía la casa de Terry. Era de estilo victoriano con una torre que acaba en picacho y amplios ventanales desde donde se distinguían muchos más relojes en el interior.

Emma cogió el reloj ovalado que pendía de su cuello. Lo abrió y al ver la fotografía de su madre sintió un pinchazo de nostalgia. Tuvo la extraña sensación de que ya no volvería a verla y se le empañaron los ojos. Volvió la vista al frente. Había algo dentro de ella que reconocía ese escenario, pero todavía con más intensidad que antes. Como si hubiera estado allí, pero no recordaba cuando fue. Se encaminó con seguridad hasta la puerta verde de la casa. Llamó dos veces ayudándose de la aldaba y poco después se encontró frente a un señor delgado, vestido con un elegante traje de armilla, un sombrero de copa y unas gafas redondas doradas. Era Terry, estaba segura. Éste sacó un reloj del bolsillo, apretó un botón para destaparlo y consultó la hora. Asintió con la cabeza y con un gesto la invitó a pasar.

Emma le hubiera preguntado por qué había tantísimos relojes por todas partes, pues también en la casa se amontonaban como si coleccionara todos los que habían existido en el mundo. Pero entonces recordó que una de las normas decía que no podía hacerle muchas preguntas. Le acompañó en silencio, al ritmo del tic tac de los relojes que extrañamente iban acompasados y llegaron a un salón alfombrado donde únicamente había una mesa de té, dos butacas y tapices con fotos de relojes vivos. Junto a la tetera reposaba un libro que Emma reconoció inmediatamente. Se acomodaron en las butacas y Terry le sirvió un poco de té, después añadió un poco de azúcar y con un gesto la instó a que abriera el libro.

Si estás leyendo significa que has llegado a mi casa sana y salva. Te preguntarás a qué viene tanto reloj, no sé si recuerdas que en la primera página mencioné que mi madre era mecánica de relojes. Pero no era sólo eso, su profesión iba más allá. Cada pieza que reparaba significaba alargar el tiempo de vida del propietario de ese reloj. Los que has visto sólo son una parte de todos los que poseo, pertenecen a todo ser vivo que existe en el mundo y yo soy el que los cuida, los arregla cuando todavía es posible y los guarda en el desván cuando ya no hay nada que hacer.”

Emma abrió los ojos desmesuradamente. Sólo tenía una pregunta. ¿Podía hacérsela a Terry si sólo era una? No sabía cuándo aparecería esa información en el libro. ¿Acaso no podía explicarle todas esas cosas el mismo Terry en persona? Lo tenía ahí delante. ¿Era mudo? Aunque posiblemente fuera contra las normas, la impaciencia pudo más que ella y preguntó:

-¿Si le hago una sola pregunta podrá responderme?
La intensa mirada azulada que le dirigió tras las gafas se volvió severa un instante, pero sus facciones volvieron a ablandarse y con otro gesto indicó que debía buscar la respuesta en el libro.
-¿Dónde está mi reloj? -inquirió. No sabía si podía hacerle preguntas al libro, pero no había ninguna norma que lo impidiera, así que probó.

Entonces las páginas empezaron a sucederse una tras otra sin que ella siquiera lo tocara, miró a Terry que le dirigió una sonrisa y esperó a que llegara su respuesta. Ahora el libro se encontraba por la mitad.
Esta es la pregunta que me hacen todos. Tu reloj está en una habitación de esta casa, pero está prohibido entrar. Si lo tocaras podrías estropear todos los demás. Pero eso no impide que puedas ayudarme a repararlos. Por eso estás aquí, Emma. Me ayudarás a salvar el tiempo de los vivos.”

-¡Pero si yo no tengo ni idea de cómo reparar un reloj!

Terry puso una mueca como restándole importancia y Emma continuó leyendo. El libro decía que ya hora de descansar, el aprendizaje comenzaría al día siguiente. Ella tenía un don, aún no lo sabía, pero en cuanto tuviera las piezas ante sí, sabría qué tenía que hacer.

Y así fue, en dos semanas Emma no sólo sabía cómo resucitar un reloj que ya no latía sino que además había aprendido a sustituir las piezas por otras que lo harían más fuerte, más duradero. También se había encontrado con otros que ya no se podían arreglar bien porque había pasado demasiado tiempo parado, o porque simplemente le había llegado la hora y ya nadie podía cambiarlo. Pero había una cosa que no había conseguido sacar de su cabeza. ¿En qué habitación estaba su reloj? ¿Le pasaba algo? ¿Si estuviera estropeado significaba que ella también lo estaba? No volvió a preguntárselo a Terry, del cual ya había deducido que no podía hablar. Tampoco al libro, porque sabía que si estaba prohibido tocarlo no iba a revelarle su ubicación. De manera que una noche decidió buscarlo. Necesitaba saber si le pasaba algo. Sus padres ni siquiera habían intentado contactar con ella, ¿cómo era eso posible? Ahí pasaba algo que Terry no quería contarle.

Una noche mientras Terry dormía, Emma se paseó por todas las habitaciones buscando su reloj, no sabía si era posible reconocerlo cuando lo viera, pero tenía que intentarlo. Buscó y buscó por todas y cada una de ellas extrañada por ese instinto que le decía que ninguno de esos relojes era el suyo. Había tantos que era imposible encontrarlo en unas horas, así que probó noche tras noche, pasaron meses hasta que llegó a la última habitación: el desván.

Con lágrimas en los ojos se lo encontró frente a ella. Era precioso. Madera de pino tallada en formas irregulares, pintado de blanco con dos florecillas en los costados junto a una esfera de manecillas negras y números romanos. Las manecillas no se movieron, no se escuchó el tic-tac. Emma se puso la mano en el corazón y no notó nada. No le hizo falta tocarlo, estaba en el desván, no había más qué hacer.
Emma notó la presencia de Terry tras de sí, no se dio la vuelta, permaneció allí de pie petrificada, con la mirada fija en las manecillas. Su silencio ahora le decía tantas cosas, no necesitaba ningún libro para comprender todo lo que estaba pasando. Sin saber muy bien por qué, ahora entendía lo que debía hacer en aquel lugar.

-Soy yo la que debe ocuparse ahora de los relojes ¿verdad? Este es el legado que me dejas.

Otro silencio que comprendió como un sí.

-¿Por qué yo, Terry?

Pero él ya no estaba allí. Emma se quedó allí mirando su reloj hasta que las luces del alba se filtraron por la ventana, fue entonces cuando descubrió la pintura en la pared que se situaba a su izquierda. Poco a poco movió los pies en esa dirección y se encontró con un enorme árbol genealógico. Generaciones y generaciones habían quedado grabadas en aquella pintura. Allí estaba Terry, pero eso no fue lo que más le llamó la atención, sino ver escrito el nombre de su madre en letras doradas y, conectado al de ella, el suyo propio. Su familia se había dedicado a los relojes desde hacía generaciones, pero no todos poseían el don como Terry. Ella sí, y era su turno.

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