De momento, esta novela está totalmente parada pero quizá algún la recupere y la estructure, porque ahora mismo, la verdad, es únicamente una idea con algunos detalles, pero no una historia completa.
Os dejo con el prólogo de esa primera versión:
La llanura se extendía en un color negro tizón,
desprovista de vida pero impregnada de muerte. Una esfera roja y brillante se
posaba en el horizonte entre cenizas volando en el aire. No había casas, pero sí
habitantes que deambulaban con los pies desnudos, vestidos con su alma y los
recuerdos perdidos.
Un aullido a sus espaldas les provocó un sentimiento que
creían haber olvidado también, el miedo. Se miraron con los ojos desorbitados
durante un segundo y sin decirse nada arrancaron a correr tanto como les
permitieron sus piernas. Sabían exactamente qué criatura les perseguía y si no
encontraban el refugio a tiempo, no quedaría nada de ellos.
La arena dificultaba el avance y se adhería a a los
pies como si también quisiera devorarles poco a poco. No había nada en el
terreno donde pudieran esconderse, nada salvo la entrada que les conduciría
bajo tierra. La buscaban desesperadamente, sin mirar atrás.
El hombre, que lideraba el grupo, no se había dado cuenta de
que había recorrido los últimos metros solo. Hacía un rato que no escuchaba la
respiración afanada de ninguno de los del grupo, ni los gemidos ahogados, ni el
miedo ajeno, que se pegaba a su cuerpo como sanguijuelas. Se habían quedado
atrás y él no había hecho nada para ayudarles, sino que había continuado su
carrera sin darse siquiera cuenta de que les había atrapado. Ahora no serían
más que pasto con el que alimentar esa tierra maldita donde nada nacía, ni
árbol, ni plantas, sólo reposaba muerte.
El hombre paró de correr. Estaba exhausto, se sintió
desfallecer. Ese terreno era un desierto negro, donde nunca llovía, no hacía
calor ni frío. Desolado, recorrió unos pasos más hasta que oyó el inevitable
gruñido. No tenía fuerzas para continuar adelante, tampoco tenía manera de
luchar contra él. Sabía que se acercaba a gran velocidad en su dirección y
el hombre paró. Dio media vuelta. La apariencia del Perro no le sorprendió, pues era exactamente
como se lo imaginaba, una bestia enorme y musculosa que si se irguiera a dos
patas le sacaría dos cabezas. Le enseñó los dientes, clavó sus ojos rojos
en el punto exacto donde iba a atacarle, necesitaba algo muy concreto de él. No
se alimentaría de su carne, ni de sus entrañas, buscaba otra cosa.
El Perro se le abalanzó, y oyó cómo lo que quedaba de su
mugrienta ropa se desgarraba. En otro lugar, la sangre manaría a borbotones,
pero no allí. No sintió nada. Miró hacia la derecha y vio la entrada del
refugio. Lloró, pero las lágrimas no llegaron a aflorar, porque tampoco
había lágrimas, pero sí sufrimiento.
La madriguera era un túnel iluminado en algunos tramos por
antorchas. Al final, se abría un socavón, tan seco como la superficie, que
resguardaba a decenas de personas. Hombres, mujeres y niños con caras mugrientas,
ropas raídas y cabello ralo por la suciedad. Allí abajo, la tierra ensuciaba
todo lo que tocaba y no había manera de deshacerse de ella. Los niños miraban a
su alrededor con terror en sus ojos, sus padres no les habían advertido lo que
se encontrarían y ahora no podían consolarlos porque no recordaban quiénes
eran. No tenían armas con las que defenderse, tampoco nada de comer ni de
beber, pero sus cuerpos ya no respondían a tales exigencias. Ni siquiera un
lugar acogedor donde cobijarse, era un páramo desnudo, carente de todo, pero
había algo que podían agradecer, estaban juntos.
Se había dado la alarma de que el líder del grupo había
muerto a las puertas de la guarida, y eso les daba una idea clara de que era
muy peligroso salir a la superficie. El Perro estaba justo encima de ellos y lo
único que podían hacer era esperar sin saber qué ocurriría después. No hicieron
ruido, rogando que no fuera capaz de sentir que todavía quedaba mucho más que
comer si cavaba un poco.
-Tengo miedo –susurró uno de los niños.
-Shh –le silenció el adulto que seguramente sería elegido
como nuevo líder del grupo.
Pasaron dos horas en completo silencio, quizá más, hasta que los adultos creyeron que el peligro ya había pasado. El hombre, que antes había hecho callar al niño, se autoproclamó líder, y puesto que ya habían seguido muchos de sus consejos antes de que el anterior muriera, nadie estuvo en desacuerdo con la decisión. El hombre explicó lo que ahora tenía que hacerse. Debían abandonar ese escondrijo, ya que el Perro había merodeado por allí, seguramente marcado el territorio, y tarde o temprano volvería. Quizá se había marchado porque se sentía saciado, posiblemente vendría al día siguiente y cavaría. No podían avanzar bajo tierra, de modo que tendrían que subir y seguir su camino hasta llegar al gran refugio, donde los supervivientes se habían convertido en una comunidad bajo el reinado del emperador. No sabían muy bien cómo se habían protegido del Perro con tanto éxito, pero lo que estaba claro, es que era el único lugar que conocían donde podrían estar a salvo. El hombre se ofreció a salir primero, otorgando de antemano el liderazgo a su mujer si algo le ocurría allí arriba.
El hombre desapareció por el túnel y el resto se quedó
allí todavía en silencio, con el alma en vilo, la respiración acelerada, la
impotencia del que se esconde, la cobardía del que nunca se enfrenta, la fe
hace tiempo perdida.
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